1. La gente que saca fotos del paisaje desde arriba del micro
Basta que un micro o una lancha se arrime a una cascadita o deje ver una montaña detrás del bosque para que cinco o seis energúmenos se peguen como mosquitos contra el vidrio y empiecen a tirar fotos pelotudas para todos lados. Yo desconozco para qué quieren esas fotos desencuadradas y fuera de foco desde atrás de un vidrio roñoso, pero transforman un momento que debiera ser de paz y comunión con la naturaleza en un triste episodio de turismo pobre. No veo la hora de empujarlos desde el micro en movimiento con cámara y todo. ¡Sacá fotos de la zanja, pelotudo!
2. Que los hoteles y hosterías se empeñen en organizar eventos para la familia
Hacés 1100 kilómetros y ahorrás todo el año para pagar un bungalow con vista al mar o al lago para escaparte del ruido, de la música horrible de tus vecinos, y de la mediocridad pordiosera de la clase media argentina y cuando llegás, el retrasado mental que regentea la hostería no tuvo mejor idea que armar una noche de bingo familiar, un show de tango o una cena show con pizza libre. ¿Quién va a ir a San Martín de Los Andes a escuchar como una fracasada canta boleros de mierda con un micrófono que acopla mientras un malón de pelotudos se atraganta con pizza libre? ¡Que alguien los clausure por favor!
3. Que los hoteles alejados de la capital se hayan quedado varados en 1996.
La vista divina. La decoración muy pintoresca. El servicio, genial. Pero por qué mierda todas las hosterías del invierten todas sus ganancias en emprendimientos mogólicos como salones de juegos, canchas de paddle y clases de salsa que nadie con dos dedos de frente quiere hacer. A ver si nos entendemos: estamos en el año 2009, los chicos de 17 años de hoy no juegan al memotest ni quieren ir al bingo familiar, quieren WIFI. Dejen de poner plata para comprar armarios lleno de payanas ycajas de estancieros y logren (sé que les cuesta) que el WIFI llegue a las habitaciones. No alcanza con tener una 386 con internet en el lobby, los noventa terminaron hace mucho tiempo.
4. La dictadura de las aerolíneas
Te cambian el vuelo, venden dos veces el mismo asiento, te dejan varados en el aeropuerto dos o tres horas y no sólo no te dan ninguna explicación, sino que cuando llamás te atiende un operador que es de otro país y no sabe ni en qué país queda Mendoza. Y ni se te ocurra preguntar algo que no sea el precio o el código de reserva, porque jamás pueden ayudarte. Los operadores sólo saben repetir “Su código es U9OPLGH” o “Muchas gracias por confiar en Aerolíneas Minguito”.
5. Que cada lugar sobredimensione sus bellezas naturales.
En todos lados me pasa lo mismo: camino 50 cuadras empinadas para llegar a una maravilla natural (laguna verde, colonia escocesa, museo paleontológico, campo de lavandas orgánicas o como el turro de marketing le haya puesto en el mapa a ese supuesto atractivo) y cuando llego resulta que es un campito inundado igual a cualquier baldío de Escobar, o un galpón con dos huesitos de pollo de hace 250 millones de años. Un día va a venir un loquito y les va a meter la 4×4 por el ventanal de la oficina de información al turista sólo para vengarse. Yo tendría mucho cuidado, hay muchos que nos estamos hinchando las pelotas de que nos pinten un basural como un paraíso.
6. Que los artesanos graben todo
¿Por qué se empeñan en arruinar todos los objetos de madera y alpaca con frases inmundas como “Recuerdo de Entre Ríos”? No conozco a nadie que le guste esa porquería. Si igual les compran es porque pueden ponerlo del otro lado o borrarles la inscripción con un cuchillo caliente. Yo sé en dónde compré ese mate, no necesito que el artesano me lo deje escrito en la calabaza.
7. Los pueblos de escenografía para conmover al turista boludo
Estoy podrida de que me hablen de Cariló o de Villa La Angostura como si fueran pueblitos preciosos e inocentes a salvo de las mañas ventajeras y violentas de Capital Federal. Quiero decirlo sin vueltas para que quede claro. Esos pueblitos marketineros me dan ganas de vomitar todos los órganos. No son más que tramperas obvias para turistas con sed de country y de inocente y natural tienen menos que la garita de entrada de Nordelta. A mí, un banco Francés de tronco o una sucursal de Akiabara en forma de cabaña alpina me dan el mismo asco que Unicenter y si alguien piensa que es muy distinto, es porque tiene el cerebro muy achicharrado por el frío y la ingesta indiscriminada de chocolate berreta.
8. La gente que está de vacaciones y sigue prendida del celular
No soporto más el romance de oficinista vacío que tiene el argentino con su celular. Parece que no pudiera estar más de una hora sin poner ese aparato deforme y ruidoso en la oreja o tocarle los botoncitos para cambiar el ringtone, el volumen o la configuración del teclado. En cinco días no hice un sólo viaje libre de escuchar conversaciones por celular. Incluso en el avión, después de que la azafata pidiera por tercera vez que apagaran los celulares, fui testigo de cómo una pelotuda de mierda seguía mensajeandose con su novio.
9. Que la gente se encime igual que en Capital Federal
Presten atención a lo que les digo. La gente no soporta estar sola. Hacen mil quinientos kilómetros para irse a unas cabañas que están una al lado de la otra o sentarse al lado de otra gente que no conocen. Ahora mismo estoy en un bar frente a un lago, a diez kilómetros de la ciudad más cercana y tengo una pareja de jubilados que, entre las 27 mesas disponibles que hay, eligió la que está al lado de la mía por segunda tarde consecutiva. Como ayer, en un rato vendrán sus hijos y nietos y se sentarán tan cerca mío como puedan para aturdirme con sus conversaciones estúpidas sobre lo rico que es el desayuno o la temperatura de la pileta. ¡Vayanse lejos, enfermos mentales! ¡¿No se dan cuenta que están más encimados que en el microcentro?!
10. Que sean tan pero tan argentinos
A mí, clasificar a la gente por nacionalidad, me parece un vicio idiota y peligroso. Pero desde hace un tiempo no puedo dejar de notar que cada vez que estoy de viaje y veo algo que me da vergüenza, está metido en el medio un argentino. Gente apagando un cigarrillo en un lago, cambiando la yerba del mate en un barco público, pegando chicles debajo de la mesa, tirando envases plásticos en un bosque, regateándole los precios a los artesanos locales, bañándose en aguas en donde está prohibido bañarse , o dejando dos pesos de propina en una cena de seis. Será casualidad, pero los que yo veo son todos argentinos que hacen de la avivada y la vergüenza ajena un emblema nacional.

2 comentarios:
Me encanta sacar fotos de donde pueda ! y algunos hoteles están alejados pero no son de la década del los ´90...lo que estamos plenamente de acuerdo con los programas familiares ! Saludos y muy bueno el blog !
Yo no puedo odiar nada por el simple hecho de ESTAR DE VACACIONES !!!!!!!!FELICITACIONES POR EL BLOG. SALUDOS !
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